"La Rivista di Engramma (open access)" ISSN 1826-901X

212 | maggio 2024

97888948401

El silencio, un bien necesario

Javier Melloni

English abstract

Vivimos, sin duda, en una civilización saturada no solo de palabras sino también de imágenes y de toda clase de estímulos que nos extrovierten. Por ello el Silencio -no solo auditivo sino integral- es un bien cada vez más preciado (Andrés  2010; A. Corbin [2016] 2019; d´Ors 2012; Guardans 2009; Maitland [2008] 2010; Zorn, Marz [2022] 2023). Está siendo cultivado no únicamente en las múltiples vías espirituales y meditativas que están apareciendo, sino que también es recomendado por los terapeutas del psiquismo, es decir, por los sanadores del alma; incluso en ámbitos laicos como puede ser esta universidad, donde hace años se diseñó esta Sala Tàpies en la que nos encontramos. El Silencio, como todas las cosas importantes en la vida, cuando se impone producen el efecto contrario de lo que pretenden. Silencio no es mutismo. El mutismo es la usurpación y el secuestro de la palabra y de la comunicación, la condena al aislamiento, mientras que el Silencio es la condición de posibilidad de una verdadera conexión con la Realidad y de toda auténtica comunicación, comenzando con uno mismo. 

El silencio y el deseo

El silencio es, de entrada, sustracción de ruidos y sonidos, de imágenes y conceptos que crea el deseo. La cultura occidental optó en un momento dado por extrovertir el deseo en lugar de ir a su origen para interrogarlo y dirigirlo más allá de su inmediata satisfacción. Nos hemos dispersado en múltiples direcciones extraviándonos en la mayoría de ellas. Trabajar el silencio implica recorrer el camino inverso, lo cual significa ir contracorriente, no sólo de nuestro medio cultural sino de nosotros mismos, de nuestros hábitos e inercias. Por ello el silencio es infrecuente, aunque hay anhelo y urgencia civilizatorios por alcanzarlo.

Callar significa acallar, silenciar esos imperativos del yo de modo que dejen espacio a lo otro, a los otros y a lo Otro. Todos sabemos de las dificultades para lograr este acallamiento y de las estrategias que despliega el yo capturado por su autorreferencialidad para eludirlo. Al proceso de desprendimiento del ego es lo que llamamos silenciamiento, en cuanto que su disolución o desalojo dan pie a una nueva espaciosidad. Ésta consiste en dejar ser a las cosas, a las personas y a lo trascendente sin aferrarse a la imagen que se tenga de ello. En este dejar ser, se descubre una nueva relación con todo. Dejamos de estar autorreferidos, pendientes de adquirir o de perder, de vencer o de ser derrotados, simple y puramente estamos ahí, acogiendo el advenimiento de las cosas. Cuando se silencia la atracción y la repulsión, la preferencia y el rechazo, la vida se nos presenta como ofrecimiento, así como se da el ofrecimiento de nosotros mismos a la vida.

El silenciamiento como práctica iniciática

Silenciarse es una práctica iniciática. Iniciática por dos razones. En primer lugar, porque nos conduce a nuestros ‘inicios’, a nuestra naturaleza original. En palabras de Chögyan Trungpa, un maestro tibetano:

Fundamentalmente sólo existe el espacio abierto, el fundamento único, lo que somos realmente. Nuestro estado mental más fundamental, antes de la creación del ego, es de tal naturaleza que se da en él una apertura básica o prístina, una libertad básica, cierta cualidad de espaciosidad. Aun ahora y desde siempre hemos tenido esta cualidad abierta (Trungpa [1973] 1998, 66).

Silenciarse implica espaciarse interna y externamente de manera que alcancemos un estado de disponibilidad hacia toda la realidad y hacia la Presencia que subyace a todo. Se trata de recuperar lo que Raimon Panikkar llamó la “nueva inocencia” (Panikkar 1993). Para ello, como mencionaré más adelante, hay que consolidar unas determinadas prácticas que permitan reestablecer esa apertura original y posibiliten acoger cada momento en estado de transparencia y de receptividad. En segundo lugar, hablo de práctica iniciática porque es un camino que sólo se puede recorrer de inicio en inicio, de comienzo en comienzo, porque inacabable es el misterio que se abre a través de esta espaciosidad cuando sabemos adentrarnos en ella. 

Veamos una primera aproximación ascendente a los ámbitos del silencio a partir de un poema de Rainer Maria Rilke escrito hacia el final de su vida:

Ahí se elevó un árbol ¡Oh pura trascendencia!
¡Oh, Orfeo canta! ¡Oh, árbol alto en el oído!
Y todo calló. Pero aún en el callar
hubo un nuevo comienzo, un cambio, una señal.

Animales de silencio emergieron
de la selva libre y clara, desde el nido y la guarida;
y entonces se vio que no era por astucia ni por miedo
que habían permanecido tan callados en sí mismos,

sino porque escuchaban. El rugir, gritar, bramar
parecían mezquinos a sus corazones.
Y allí donde había apenas una choza para acogerlo,

un refugio hecho del más oscuro deseo
y con los pilares temblando de la puerta,
ahí, tú les levantaste un templo en el oído

(Rilke, Die Sonette an Orpheus, 27).

El soneto describe un desplegamiento a través del silencio que va surcando los diversos niveles de la realidad: lo mineral, lo vegetal, lo animal hasta llegar a lo humano. El canto de Orfeo –el lugar de la palabra- posibilita la manifestación de este proceso. Los árboles crecen porque tienen sus raíces sumergidas en el corazón de la tierra, es decir, el lugar primero del silencio. Este permanecer en su fondo es lo que permite que se dé su manifestación a través de la elevación del tronco y del desplegarse de las ramas. Con ellas surgen los animales, que han sido acallados por el canto de Orfeo. Su silencio, se dice, no es por astucia o por miedo, dos instintos primitivos de ataque y de defensa, sino que brotan del recogimiento de sí mismos porque “escuchaban”. Han dejado atrás el rugir, el gritar y el bramar, que son verbos regresivos; el callar y el escuchar, en cambio, son verbos progresivos que permiten avanzar a un estado superior. Ello es lo que posibilita que el oído pueda escuchar desde un templo, que es el quinto nivel que se manifiesta después de los cuatro anteriores: el telúrico, el vegetal, el animal y el humano. En verdad, el templo no se trata tanto de un quinto nivel cuanto de una cualidad que envuelve los cuatro anteriores en un plano más elevado de significatividad y de revelación. La naturaleza del silencio es la matriz donde los cuatro niveles juntos nacen a algo nuevo, más hondo y completo: la cualidad teofánica de la realidad.

Pero para ello hay que acallarse y sumergirse en esa profundidad que permitirá el emerger de árboles, animales y humanos. Del mismo modo que el silencio no es mutismo, en la mística se distingue una oscuridad espesa y caótica de los inicios de otra oscuridad de los finales provocada por un exceso de luz. La primera oscuridad es arcaica y regresiva; la segunda es progresiva y creadora. Se trata de tiniebla superluminosa de Dionisio el Areopagita (Dionys. De Myst. Theol., 142-144) o de La Nube del No- saber del anónimo inglés del s.XIV. También san Juan de la cruz señaló que hay diferentes tipos de noches, tema que también está presente en la mística iraniana medieval (Corbin [1971] 2000). Esa oscuridad silenciosa y fértil es anterior y posterior al pensamiento, a la imagen o la palabra. Anterior en tanto que suspende el juicio que nos hacemos de las cosas para que podamos recibir la realidad de un modo nuevo.

Los ámbitos del silencio

El silenciamiento-espaciamiento de nuestras relaciones con las cosas Entramos en contacto con el mundo a través de los sentidos. Son cinco aperturas con las que nos relacionamos con nuestro entorno y con las cosas. Esta relación puede ser depredadora y violentadora o receptiva y reverencial. La tentación de nuestra cultura es acumular sin tener tiempo para agradecer ni para resonar. Con esta palabra evoco o convoco la importante aportación del sociólogo Hartmut Rosa sobre la Resonancia (Rosa [2016] 2019). La inmediatez de la satisfacción que nos proporciona nuestra sociedad de la abundancia nos hace incapaces de contenernos y también incapaces de compartir. Silenciar el deseo implica el ejercicio de la austeridad que a la vez posibilita la solidaridad. “Tener menos para tenerse más” decía el cantoautor Facundo Cabral.

Bombardeados y capturados por la cultura publicitaria en la civilización urbana, la saturación de los sentidos encuentra un efecto sanador en el éxodo a la naturaleza durante los fines de semana. Estar ante el mar o en las montañas sin ningún interés específico como no sea la misma contemplación es uno de los caminos de silenciamiento a los que nos venimos refiriendo. En el Zen se habla de la diferencia entre la “mirada flecha” y la “mirada copa”. La primera es capturadora y discriminadora; la segunda es abierta y espaciosa. Lo mismo se puede decir de los demás sentidos: escuchar, en lugar de simplemente oír; palpar, oler y gustar con calidad de atención y de conciencia en vez de compulsivamente. La persona recibe el hálito vivificador y regenerador del goce de los sentidos sin ego. Vale la pena traer aquí el testimonio de André Compte-Sponville, el cual, si bien se declara a-teísta, no niega la dimensión espiritual del ser humano. A los veinticinco años tuvo la siguiente experiencia caminando por unos bosques del norte de Francia, al terminar su jornada docente:

Después de cenar, salí a pasear con algunos amigos por un bosque que amábamos. Estaba oscuro. Caminábamos. Poco a poco las risas se apagaron; las palabras escaseaban. Quedaba la amistad, la confianza, la presencia compartida, la dulzura de esa noche y de todo… No pensaba en nada. Miraba. Escuchaba. Rodeado por la oscuridad del sotobosque. La asombrosa luminosidad del cielo. El silencio ruidoso del bosque: algunos crujidos de las ramas, algunos gritos de animales, el ruido más sordo de nuestros pasos… Todo eso hacía que el silencio fuera más audible. Y de pronto, ¿Qué? 

¡Nada! Es decir, ¡todo! Ningún discurso. Ningún sentido. Ninguna interrogación. Sólo una sorpresa. Sólo una evidencia. Sólo una felicidad que parecía infinita. Sólo una paz que parecía eterna. EL cielo estrellado sobre mi cabeza, inmenso, insondable, luminoso, y ninguna otra cosa en mí que ese cielo, del que yo formaba parte, ninguna otra cosa en mí que ese silencio, que esa luz, como una vibración feliz, como una alegría sin sujeto, sin objeto (sin otro objeto que todo, sin otro sujeto que ella misma), ¡ninguna otra cosa en mí, en la noche oscura, que la presencia deslumbrante de todo! (…). Ya no había palabras, ni carencia ni espera: puro presente de la presencia. Apenas puedo decir que paseara: sólo estaba el paseo, el bosque, las estrellas, nuestro grupo de amigos… Ya no había ego, únicamente la presentación silenciosa de todo (Compte-Sponville [2006] 2014, 164-165).

No siempre estamos abiertos ni internamente disponibles para que se dé una experiencia de este tipo. Sin embargo, todos hemos tenido, en algún momento, atisbos de ello. El goce estético puede llegar a ser una variante de esto mismo, a través de formas creadas por el ser humano, como son las obras de arte. Los sentidos, en lugar de capturar, se dejan tomar, y en esta pasiva capturación liberan a la conciencia egoica de su confinamiento en su naturaleza escindida. Cuando la espaciosidad de la experiencia estética se da, abre a la comunión con determinadas formas del mundo y esa comunión no sólo ensancha sino que trasciende. El yo que regresa después de haberse trascendido ya no es tan estrecho como antes. En ello reconocemos si hemos tenido una verdadera experiencia estética. En cambio, cuando los sentidos sólo atrapan en lugar de ser capturados, no hay silenciamiento ni experiencia espiritual, que es la culminación de la experiencia estética. Por el contrario, cuando nos dejamos tomar por lo que contemplamos, regresamos a un lugar distinto del que partimos. La belleza consiste precisamente en ese poder que tiene de trascendernos, de elevarnos por encima de nosotros mismos y llevarnos a otras regiones del ser.

El entorno que nos rodea influye, sin duda, en la capacidad de silenciarnos. No todos los lugares de la naturaleza tienen la misma capacidad de afectarnos así como hay diversas calidades en las obras de arte. De aquí también la razón de ser de esta sala. Pero el reto está en que esto suceda en medio de nuestra cotidianidad. En la tradición hasídica judía  existe un  bello pasaje  que ilustra  cómo este  silencio transforma  las acciones más ordinarias, hasta el punto de convertir el gesto más sencillo en una obra de arte:

Diferentes discípulos habían ido a visitar al rabino Maguid de Mezeritch. Uno preguntó al otro:
- ¿Has venido, como yo, a escuchar las enseñanzas del maestro?
- No -le respondió el otro-. Sólo he venido a ver cómo se abrocha las sandalias” (Wiesel [1972] 2003, 66).

El silenciamiento-espaciamiento en nuestras relaciones con los demás

También nuestras relaciones humanas están llenas de ruido, saturadas de prejuicios, convencidos de que ya conocemos o sabemos todo de los demás, empezando por los más cercanos. Ello nos impide abrirnos al misterio de cada persona. Silenciarse significa dejar que el otro irrumpa en su alteridad radical, permitir que nos sorprenda con su misterio inalcanzable. Toda palabra que pronunciemos debería nacer de esta capacidad de escucha. Nuestros diálogos deberían estar hechos de esta atención al otro. De este modo, cada encuentro sería un nacimiento porque algo nuevo aparecería entre los que han hablado. Dialogar es intercambiar semillas para que germinen en cada cual. Así lo dijo magistralmente Platón:

Hay que plantar y sembrar palabras con fundamento, capaces de ayudarse a sí mismas y a quienes las plantan, de manera que no sean estériles sino portadoras de simientes de las que surjan otras palabras […] por donde se transmita sin cesar la semilla inmortal (Pl. Phae., 276-277).

No deberíamos decir más que lo que el otro puede recibir como gestación de ulteriores comprensiones. El silenciamiento trata de acallar las palabras y posibilita acceder a una comunicación que es anterior y posterior al lenguaje. Hijos del verbo y de los discursos, nos cuesta imaginar unas relaciones que no pasen la palabra. Hablamos para comunicarnos, pero todos tenemos experiencia de cuan torpes son muchas de nuestras palabras si no hay un silencio que las acompañen y las sustenten.

En una ocasión, en un programa televisado, un anciano indígena norteamericano fue entrevistado por un antropólogo. A cada pregunta de éste, el nativo tardaba en contestar. Impaciente por la lentitud de sus respuestas, el entrevistador acabó inquiriéndole porqué tardaba tanto. El anciano le respondió que trataba de comprender de dónde nacían sus preguntas, las cuales llegaban hasta él y él las llevaba hasta la memoria de sus ancestros, a los cuales escuchaba antes de responder. Sólo así sus respuestas podían salir al encuentro de las preguntas que le hacía. El silencio permite identificar el origen de las palabras que intercambiamos. La sabiduría consiste en llegar hasta su fuente. Alcanzada esa lejanía, esas palabras entran en nuestra profundidad y nos tocan. Acogiéndolas en nuestro centro, somos capaces entonces de responder fecundando al otro tal como él o ella nos ha fecundado por su hablar. El arte de hablar es pues, inseparablemente y al mismo tiempo, el arte de escuchar. Para ambas cosas se requiere silenciamiento.

El silenciamiento-espaciacimiento de nuestra relación con lo trascendente

Las religiones nos dotan de un lenguaje sobre la Realidad última y lo nutren con relatos, textos, creencias, dogmas, pautas de comprensión y de comportamiento. Todo ello parece ser necesario, pero tiene el peligro de saturar la mente con palabras y conceptos sobre aquella Profundidad que ninguna palabra ni ningún concepto pueden agotar. El silencio introduce una oquedad en cada palabra y texto sagrados remitiéndolos a ese Fondo del que emergen. Sin este silencio, confundimos nuestras palabras y nuestros conceptos sobre Dios con Dios mismo. El silencio de la oración permite ir tras lo que subyace a la misma oración. En palabras de una Upanishad:

Aquello es distinto de lo conocido y está más allá de lo desconocido. Esto es lo que escuchamos a los antiguos maestros (rishis) que nos lo explicaron.
Lo que no puede expresarse en palabras y sin embargo es por lo que las palabras se expresan, eso es en verdad el Absoluto y no lo que las gentes adoran.
Lo que no se puede pensar con el pensamiento y sin embargo es por lo que el pensamiento piensa, eso es en verdad el Absoluto y no lo que las gentes adoran.
Lo que no se puede ver con los ojos y sin embargo es por lo que los ojos ven, eso es en verdad el Absoluto, y no lo que las gentes adoran.
Lo que no se puede oír con el oído y, sin embargo, es por lo que el oído oye, eso es en verdad el Absoluto y no lo que las gentes adoran.
Lo que no se puede respirar con el aliento de la vida y, sin embargo, es por lo que ese aliento respira, eso es en verdad el Absoluto, y no lo que las gentes adoran 
(Kena Upanishad, I, 1-4, 88).

En el actual encuentro entre las religiones, practicar este silenciamiento es fundamental para poder ir más allá de la multiplicidad de nombres con los que nos referimos a la Realidad Última y para comprender el horizonte común que señalan. Las religiones están más que nunca necesitadas de este acallamiento para que abran en lugar de cerrar el espacio que delimitan. El Maestro Eckhart tiene una contundente expresión que repite varias veces en sus sermones: “Pidamos a Dios que nos libre de Dios y alcancemos la verdad plena” (Eckhart Sermones, 77 y 80). Por “liberarse de Dios” entiende desprenderse de las imágenes que nos hacemos de Él. Cuando se produce el silenciamiento quedamos liberados de todo concepto, imagen o idea y entonces puede revelarse en lugar de quedar confinado a las proyecciones o anticipaciones que continuamente nos estamos haciendo de él. En la tradición cartujana existe una sentencia que dice: “Esto es el silencio: dejar que Dios pronuncie en nosotros una palabra igual a él”.

La Palabra sagrada brota como éxtasis del silencio y retorna a ese silencio como a su lugar matricial. En un momento de crisis del lenguaje religioso, este camino apofático es fundamental no sólo para la teología sino también para la liturgia. Por liturgia me refiero a la celebración comunitaria del Misterio. El exceso frecuente de palabras discursivas y exhortativas de muchos encuentros religiosos tiene que sumergirse en un silencio regenerador si quieren ser significativas para el mundo de hoy. Hay que ser valiente y disciplinado para callar en lugar de hablar. Sólo este silencio es capaz de abrir ámbitos nuevos de significación.

Prácticas de silenciamiento: oración, meditación y contemplación

Pero sabemos que el Silencio no fácil ni inmediato. Requiere un aprendizaje y una asimilación de determinadas técnicas o métodos para sostenerlo y profundizar en él. En las vías espirituales aparecen tres términos -oración, meditación y contemplación- que suelen confundirse y utilizarse como sinónimos, cuando cada uno de ellos tiene un campo específico.

Oración proviene del latín oror, “pronunciar con los labios”, y está intrínsecamente relacionada con el Tú de la divinidad al que se dirigen las palabras que se pronuncian. En la oración todavía no hay silencio. La meditación, en cambio, no contiene explícitamente un Tú, sino que en la tradición cristiana está relacionada con el rumiaje de la mente y con la consideración discursiva de las escrituras que se ha leído previamente. Meditación es una palabra que tiene un largo recorrido. Proviene de edades muy antiguas y a la vez de múltiples lugares, y ha sido identificada con diferentes nombres. Contiene dos posibles etimologías, bien sea si la remontamos al griego o al latín. La etimología griega nos lleva a mederein, “tomar medidas”, “cuidar de algo”, y procede de la misma raíz que medicina. Si la medicina cuida del cuerpo, la meditación cuidad de la mente. Si recurrimos a la etimología latina, nos encontramos con que meditatio significa “estar en el medio”, “mantenerse en el medio” y provendría del término griego meletan, “repetir”. La meditación significaría repetir interiormente el significado de unas palabras leídas, y en este sentido está directamente relacionado con la asimilación de las escrituras sagradas de cada tradición. En la tradición oriental, en cambio, la meditación (dhyana) se trata de todo lo contrario: de la suspensión de la actividad mental a partir de la observación de lo que se produce en la mente, lo cual conduce directamente al silencio. Pero tanto oriente como occidente coinciden en considerar que la meditación no está dirigida a un Tú, sino que tiene que ver con la actividad interna del yo.

La contemplación es la dimensión pasiva tanto de la oración como de la meditación. Procede de cum-templum, “estar junto al templo”, que es el lugar teofánico por excelencia. En la contemplación, el templo es el espacio interior, donde se da una ampliación de la consciencia en la que lo contemplado, el contemplador y el acto de contemplar se hacen uno. Más que de un método se trata de un estado, es decir, de un grado superior de silenciamiento en la que oración y meditación confluyen, ya que la oración dirigida al Tú de la divinidad acaba descubriéndose como la profundidad del yo, el cual se abre a una vastedad infinita.

Respecto al dilema planteado entre las diferentes vías y religiones de si existe o no un Tú en el término de la contemplación, valga la siguiente imagen: la ola es el mar, pero hay mucho más mar que la ola. Cuando la ola está sumergida en el mar, se siente parte de ese Todo y queda enmudecida de tanta Presencia, pero cuando la ola vuelve a elevarse e individualizarse, y ve ante ella esa Inmensidad azul que se despliega ante su mirada, exclama: “¡Oh, Tú!”. Ambos momentos de la ola es su relación con el Mar son plenos y verdaderos, y estos dos momentos, el Silencio de la unión y la Palabra de la relación están presentes en esta propuesta orante-meditativa. La oración es el tiempo de Tú; la meditación es el tiempo de silencio donde ningún pronombre aparece porque no hay dos.

Frutos del Silencio. La percepción no-dual

El silenciamiento crea las condiciones para que se abra un espacio y un modo de relación no-dual entre el yo y la realidad. La no-dualidad surge como resultado de la extinción de la conciencia de un yo separado de su entorno. Se da un estar en el mundo sin interpretarlo, percibiendo el rostro original de las cosas, inmediato y sin velo. Los sentidos, los afectos, la razón y la acción pueden guiar hasta el umbral, pero no pueden entrar. Han de silenciarse para que dejen de construir y puedan recibir. El Maestro Eckhart expresó de forma sublime lo que puede llegar a ser percibir el fondo de lo Real, una experiencia de plenitud vacuizante:

En esta Potencia, Dios se halla dentro, floreciendo y reverdeciendo con toda su deidad (…). Esa Potencia está libre de todo nombre y desnuda de toda forma, totalmente vacía y libre, como vacío y libre es Dios en sí mismo. Es tan completamente una y simple como uno y simple es Dios, de manera que no se puede mirar en su interior (Eckhart Sermones, 45).

El mundo es el resultado de la expansión de esa Potencia, del engendrar del Padre en el Hijo (en lenguaje cristiano-eckhartiano). Así aparecen la dualidad y la diversidad (Ueda 2004). Nuestro modo de regresar a la Unidad es por medio del atravesar, posibilitando el vacío, al dejar de aferrarnos a las cosas, ideas o personas. Al soltar el giro apropiatorio del yo, aparece un nuevo modo de estar en el mundo donde deja de haber separación.

El doble movimiento engendrar y atravesar está presente en el primer acto esencial para la vida: la respiración. Como vivientes, participamos de este flujo continuo que brota del engendrar –lo cual se corresponde con el tiempo de la inspiración- y del atravesar –que se corresponde con el tiempo de la exhalación-, en un recibir y entregarse permanentes, sin retener nada. Descubrimos entonces que somos esa espaciosidad que toma en nosotros la forma concreta de quienes somos: el contorno de nuestra individualidad. Toda la realidad está continuamente brotando desde el Fondo de sí misma hacia el Fondo de sí misma a través de cada individuación. Cuando el contorno que somos se hace consciente de ello y se entrega, entonces tiene ante sí toda la realidad abierta, virgen, por explorar.

Frutos del Silencio. La lucidez del distanciamiento

Necesitamos cultivar el silencio para espaciar la mirada sobre nuestra propia vida. Permítaseme compartir una anécdota que escuché hace años de un compañero jesuita destinado a Bolivia y que me ha resonado desde entonces:

Era su primer tiempo de estar en el altiplano boliviano, entre el pueblo aymara. Un día buscaba a don Genaro, un hombre sabio de la región, para consultarle una cuestión urgente sobre una cooperativa agraria que estaban instalando. Se acercó al poblado y tras buscarlo en su casa, en la plaza y en la oficina inútilmente, preguntó a los vecinos por él. Le dijeron que se había ausentado y que ya regresaría. Al cabo de unas horas el jesuita volvió impaciente a buscarlo y le dijeron que don Genaro seguía ausente. Avanzaba el día y mi compañero volvió a preguntar por él y le dijeron que todavía no había regresado. Entre extrañado e impaciente, el jesuita preguntó a los aldeanos: ¿Se puede saber dónde se ha ido? Los aldeanos señalaron a lo alto de un cerro donde se podía ver un pequeño punto blanco. ¿Lo ve, padrecito? Ahí anda don Genaro. ¿Y se puede saber qué hace tanto tiempo allí arriba? Le contestaron: Está llenándose de luz. 

De esto se trata el silenciamiento: de llenarse de luz. Por ello y para ello es necesario dedicar tiempos diarios y prolongados para tomar distancia respecto del llano y sumergirse en claridad. ¿No es esta la razón de la creación de espacios como esta Sala? Sea en la altura o en la profundidad, para que alcanzar esta transparencia ha de darse la abstención o cesión del mundo que continuamente construimos desde nosotros para atacar o para defendernos, para adquirir o para conquistar, profanando así el mundo y nuestras propias vidas. Hay que tener el coraje y la constancia de detenerse. He aquí unas sorprendentes palabras de Franz Kafka al respecto:

No hace falta que salgas de la habitación. Quédate sentado a la mesa y escucha. Ni siquiera escuches, simplemente espera. Ni siquiera esperes. Quédate en silencio, en quietud y en solitario. El mundo se ofrecerá libremente a ti. Será desenmascarado, no tiene elección. Se desplegará en éxtasis a tus pies (Kafka, Betrachtungen, 14).

Frutos del Silencio. La reverenciación de la realidad

Cuando se da este éxtasis, se transforma nuestra mirada sobre las cosas y todo deviene sagrado y se revela el Fondo que lo sostiene todo. En palabras del pueblo lakota de los indígenas norteamericanos:

Cada paso que des en la tierra debe ser una plegaria.
La fuerza de un alma pura y buena está en el corazón de cada persona y crecerá como una semilla
cuando camines de forma sagrada.
Y si cada paso que das es una plegaria,
entonces caminarás siempre de forma sagrada (Bruchac 1997, 80).

¿Y dónde habrá de acontecer esto si no es en la más cercana y palpable cotidianidad, espaciada ahora y en cada momento por el cultivo humilde pero tenaz del silenciamiento?

Bibliografía
  • The Cloud of Unknowing
    Anónimo Inglés, The Cloud of Unknowing, trad. por P.R. Santidrián, La Nube del No-Saber,  Madrid 1995.
  • Bruchac 1997
    J. Bruchac, La sabiduría del indio americano. Antología, trad. A. Pérez, Palma de Mallorca 1997.
  • Compte-Sponville [2006] 2014
    A. Compte-Sponville, El alma del ateísmo: Introducción a una espiritualidad sin Dios [L’Espirit de l’athéisme. Introduction à une spiritualité sans Dieu, París 2006], trad. J. Terré , Barcelona 2014.
  • H. Corbin [1971] 2000
    H. Corbin, El hombre de luz en sufismo iranio [L’ Homme de lumière dans le soufisme iranien, Paris 1971], trad. de M. Tabuyo y Agustín, Madrid 2000.
  • Dionys. De Myst. Theol.
    Pseudo Dionisio Areopagita, Teología mística, Obras Completas, ed.T. H. Martín, Olegario González de Cardedal y trad. H. Cid Blanco, Madrid 1995.
  • Eckhart Sermones
    M. Eckhart, Sermones, en El fruto de la nada (y otros escritos), ed. y trad. A. Vega, Madrid 1998.
  • Kafka Betrachtungen
    F. Kafka, Consideraciones acerca del pecado, el sufrimiento, la esperanza y el camino verdadero [Betrachtungen über Sünde, Leid, Hoffnung und den wahren Weg, Berlín 1931], en Id. Aforismos, visiones y sueños, trad. de J. R. Hernández Arias, Madrid 2012.
  • Kena Upanishad
    Kena Upanishad en La sabiduría del Bosque. Antología de las principales Upanishads, ed. y trad. F. G. Ilárraz y O. Pujol, Madrid 2003.
  • Panikkar 1993
    R. Panikkar, La Nueva Inocencia, Estella 1993.
  • Platòn. Phaedrus
    Platòn, Phaedrus, en Id. Diálogos,  trad. introducción y notas C. García Gual, M. Martínez Fernández y E. Lledó,  Madrid 1992.
  • Rilke Die Sonette an Orpheu
    R. M. Rilke, Sonetos a Orfeo [Die Sonette an Orpheus, Leipzig 1923] trad. O. Dörr, Madrid 2004.
  • Rosa [2016] 2019
    H. Rosa, Resonancia [Resonanz. Eine Soziologie der Weltbeziehung, Frankfurt 2016] trad. A. E. Gros, Buenos Aires-Madrid 2019.
  • Ueda 2004
    S. Ueda, Zen y filosofía, trad. R. Bouso, I. Giner Comín, Barcelona 2004, 51-134.
  • Trungpa [1973] 1998
    C.Trungpa, Más allá del materialismo espiritual [Cutting Through Spiritual Materialism, Oregon 1973] trad. L.O. Gómez Rodríguez, Buenos Aires 1998.
  • Wiesel [1972] 2003
    E. Wiesel, Celebración Jasídica [Célébration hassidique: portraits et légendes, París 1972] trad. F. de Carlos Otto, Salamanca 2003.
Bibliografía específica sobre ‘El silencio’
  • Andrés 2010
    R. Andrés, No sufrir compañía. Escritos místicos sobre el silencio, Barcelona 2010.
  • A. Corbin [2016] 2019
    A. Corbin, Historia del silencio [Histoire du silence. De la Renaissance à nos jours, París 2016] trad. J. Bayod Brau, Barcelona 2019.
  • Guardans 2009
    T. Guardans, La verdad del silencio, Barcelona 2009.
  • Maitland [2008] 2010
    S. Maitland, Viaje al silencio [A Book of Silence, London 2008], trad. C. Martínez Muñoz, Barcelona 2010.
  • d’Ors 2012
    P. d´Ors, Biografía del silencio, Madrid 2012.
  • Zorn, Marz [2022] 2023
    J. Zorn, L. Marz, El valor del silencio [Golden: The Power of Silence in a World of Noise, New York 2022], trad. C. Bedós, Madrid 2023.
English abstract

The Silence, a necessary good. In our times, Silence is the more and more rediscovered as a condition for a true contact with the world, with ourselves and with the transcendent dimension. The Silence transforms our relationship with things, with others and with God –or the Ultimate-, above of our desires, which are self-centred. Silence is a way of openness in order to be really alive in the core of Life. It is a gift, but also we must work for it and on it. That is why in all the Spiritual Traditions there is a practice of meditation. From this practice flows a new way of perception, based in a non-dualistic relationship with all that exists and it gives a large perspective about the own position in the world. That is why, even in our secularized society, Silence is more and more requested. The Sala Tàpies, in the underground of the Pompeu Fabre University, is a sight of it.

keywords | Tàpies, Initiating Practice, Meditation, Non-duality, Silence, Spaciosity, Transcendent.

Per citare questo articolo / To cite this article: J. Melloni, El silencio, un bien necesario | ES, “La Rivista di Engramma” n. 212, maggio 2024, pp. 177-187 | PDF