Arte y espiritualidad
Discurso leído en el acto de investidura de Doctor Honoris Causa, Universidad de Barcelona, 22 de junio de 1988.
Antoni Tàpies
Art i espiritualitat (versión en catalan) | Art and Spirituality (English version)
English abstract
En los últimos cien años una gran parte de la humanidad ha vivido un crecimiento y unas transformaciones como nunca se habían visto. Pero no se puede olvidar que eso mismo ha traído a algunas capas sociales y a algunos pueblos una degradación y mortalidad también sin precedentes. El espectacular desarrollo de la ciencia y de la técnica, lejos de dar siempre frutos positivos, a veces se ha vuelto en contra de nosotros de forma tan peligrosa que hasta puede llegar a tener consecuencias fatales para la continuidad de nuestro planeta. Los desequilibrios escandalosos entre la miseria de unos y la insultante riqueza de otros no solamente están por resolver, sino que, en muchos casos, son tan crueles como en los peores momentos de la historia.
La vida, está claro, va buscando sus caminos y sus defensas. Y hay que reconocer que, con todo, son unos años en que la humanidad habrá desarrollado intensamente muchos de sus mejores potenciales; años en los cuales han nacido personalidades extraordinarias y grupos infatigables que han hecho avanzar muchísimo el conocimiento del universo y de la naturaleza humana. Unos años en los que hemos visto crecer las organizaciones y las instituciones que probablemente se han movilizado más para intentar frenar la locura de los violentos, de los fanáticos, de los injustos, de los especuladores … que, acercándonos a la última década del siglo XX, a veces están amenazando la integridad del mundo.
En contraste, pues, con el peligro de destrucción final más grande de la historia, que tantos han denunciado, quién sabe si empiezan también a vislumbrarse algunos síntomas que nos aproximan a una etapa de madurez que produzca un cambio cualitativo en nuestras vidas, en nuestras costumbres y en las relaciones entre nosotros mismos y con nuestro entorno. Científicos, pensadores y también numerosos artistas, coincidiendo con muchos maestros espirituales de siempre, nos lo anuncian con cantidad de descubrimientos y propuestas que sin duda van en esa dirección. Por ello no resulta extraño que se hayan alzado algunas voces hablándonos de una “nueva era” donde nos pueden trasladar las sorprendentes y paradigmáticas visiones del mundo de muchos de aquellos. A juzgar por la nueva cosmología, la nueva física, la biología, la ecología … o el arte, podemos sospechar, como se ha apuntado, que la humanidad está evolucionando lentamente hacia un estado sublime de consciencia sobre el cual los grandes visionarios y místicos del pasado y del presente ya han proporcionado algunas luces fugaces[1].
¿Hacia una consciencia cómica?
Pocos estudiosos creerían hoy, ciertamente, que tan sólo con el desarrollo material administrado por teorías económicas y consignas políticas, o por revoluciones culturales de masas más o menos a son de corneta, se pueden mejorar los humanos y la sociedad. Y son muchos los que piensan que, para curarnos de verdad, para salvarnos a nosotros y al mundo, es muy urgente un replanteamiento radical de los valores espirituales y morales, así como la enseñanza apropiada de los mismos, para que cada uno de nosotros aprenda individualmente a perfeccionar la propia consciencia y el propio comportamiento. El desarrollo material es importante, evidentemente. Como también lo es la labor de los políticos, de los educadores, de los padres o de los que controlan los medios de comunicación que pueden ayudar a que el cambio sea propicio. Pero las verdaderas transformaciones probablemente no se obtendrán si no se generaliza un esfuerzo, por medio de un largo trabajo interior, a fin de que sea cada uno quien haga viva en sí mismo la enseñanza debidamente actualizada de tantos maestros de espiritualidad antiguos y modernos. Y, sobre todo, de algo que, bajo diferentes nombres, es básico en muchos de ellos: la vivencia de la unidad originaria, la experimentación íntima de la auténtica realidad total, que es precisamente la que nos va a hacer solidarios con el universo y con todos los hombres y la que puede dar sentido a la vida. La humanidad, diciéndolo con palabras de Julian Huxley, necesita volver a encontrar el arte de la salud espiritual. Y no lo conseguirá con creencias que se basen en dualismos separadores (natural y sobrenatural, espíritu y materia, alma y cuerpo, Dios y mundo …), sino con creencias unitarias que se alimenten de la dinámica del conocimiento viejo y nuevo, objetivo y subjetivo, de la experiencia tanto científica como espiritual[2]. Démonos cuenta, también, como hacen algunos filólogos, de que en la actualidad "ya no se puede pensar el mundo sin pensarlo en la historia, pero a condición de recordar que esta historia es, en primer lugar, la historia de la consciencia, y que representa una proyección del plano del ser que nos lleva, por reversión, a una metahistoria donde sólo hablan los símbolos"[3].
En este sentido, hace ya algunos años que ha habido importantes avances en el campo de las ciencias noéticas, en la psicología analítica y en los estudios de lo que algunos llaman “creencias alternativas” -o complementarias de nuestra consciencia, según dicen otros- que han abierto muchos caminos. Recordemos la revalorización que hicieron los psicólogos y los investigadores de religiones comparadas acerca de las facultades globalizadas de la actividad imaginativa y visionaria que el cerebro humano ha tenido en cualquier tiempo, y que se encuentran especial mente preservadas en determinadas sabidurías y religiones, en el universo de algunos mitos, imágenes y símbolos, incluso en diversas creencias esotéricas y en algunos rituales mágicos … Y recuérdese, también, la importancia que más recientemente han tenido los estudios en el campo de la filosofía de la ciencia, gracias a los cuales se ha empezado a entender que muchos de los procesos de simbolización, muchos de los mensajes de nuestro inconsciente, de nuestros sueños y, en especial, de algunas experiencias místico-religiosas, son capaces de darnos visiones del mundo que complementen muchos descubrimientos científicos recientes o bien coincidan sorprendentemente con ellos[4].
Hasta hace poco, los racionalistas acérrimos consideraban esos fenómenos como un psiquismo propio de mentalidades primitivas. Sin embargo, ahora se ve que, en sus aspectos positivos, se trata de fenómenos que pueden ser altamente civilizadores. Portadores del misterioso “espíritu de la naturaleza”, en realidad logran que la parte de la naturaleza que es el hombre se vaya haciendo consciente. Es más, como aseguran algunos autores, muchos de los fenómenos surgidos de lo que ahora se acepta como “valores del inconsciente” y como un patrimonio espiritual colectivo, parece ser que precisamente están en los fundamentos de concretas concepciones científicas modernas, comenzando por los que, apenas hace cuatro días, todavía se consideraban como las investigaciones más racionales y positivas de todas: las de la ciencia de los números[5].
Sea como sea, es muy posible que esta irrupción de nueva espiritualidad, vislumbrada hoy en todos los campos y que quiere “completar” la visión del mundo exclusivamente racional y materialista, tenga repercusiones muy interesantes que, de hecho, ya están cambiando la mentalidad y las costumbres de muchos.
Contribución del arte moderno
El arte -lo he apuntado varias veces- ha contado con una situación privilegiada en la evolución de estos hechos. Algunos artistas del siglo XX no solamente han atestiguado profusamente la necesidad de dirigirnos, como han dicho ciertos autores, hacia “un nuevo paradigma que conceda más importancia a los valores ecológicos, humanos y espirituales”[6], sino que a menudo los mismos artistas han contribuido a crearlo y se han esforzado en difundirlo. Recordemos que a lo largo de este siglo los artistas han sentido como nunca la necesidad de escribir, de publicar manifiestos y de hacer declaraciones, tanto para orientar su propio trabajo desde los nuevos puntos de vista, como para convencer a la sociedad[7].
El arte siempre se ha encontrado como un pez en el agua en el mundo de la introspección espiritual, de las grandes simbologías, de los valores del inconsciente y, sobre todo, de muchas experiencias místicas y religiosas. Más aún, quizá hoy debamos decir que, al ser liberado por otros medios de expresión de los fines documentales e imitativos que ha tenido en ciertos momentos, el arte ha recuperado en el expresionismo de las imágenes y de los símbolos mencionados sus fines originarios y su razón primordial de existir. En cualquier caso, hoy ya no se puede dudar de que las grandes figuras del arte moderno están teniendo una contribución importante en la formación de la nueva consciencia. Y por eso hay que considerar que cumplen una función social de primera magnitud.
Pero nada ha sido fácil ni aún lo es. Las intenciones artísticas basadas en la simbología y en la mística, hasta hace pocos años, han constituido un tabú entre muchos intelectuales del mundo del arte, y en especial, por desgracia, entre bastantes de la izquierda política. No se puede olvidar que se trataba de asuntos que, hace no mucho tiempo, estaban muy desacreditados a causa de la apropiación que de ellos siempre han llevado a cabo los poderes absolutistas, y muy concretamente la que hace poco realizó el nazismo. Nos lo explica muy bien el historiador del arte Maurice Tuchman cuando nos introduce a la memorable exposición titulada Lo espiritual en el arte: la pintura abstracta 1890-1985, que fue presentada en el County Museum of Art de Los Angeles[8]. Tuchman recuerda cómo Hitler basó la conocida teoría de la supremacía aria del nazismo en diversas interpretaciones de la teosofía y de muchos simbolismos derivados de la mitología germánica, lo cual sirvió de inspiración al arte oficial de aquel régimen. Eso mismo provocó que bastantes críticos de arte de los países democráticos, algunos de ellos muy influyentes sobre todo en los museos norteamericanos, abandonaran cualquier idea que relacionase el arte abstracto con el mundo de los símbolos espirituales, cuando de hecho, desde la prehistoria hasta nuestros días, el arte ha estado siempre tan unido a ello. Ese abandono, siguiendo a Tuchman, motivó que durante años el arte abstracto se explicara sólo por sus pretendidos valores “formales” o puramente estéticos. La consecuencia fue que la principal riqueza espiritual de la pintura abstracta, y, con ella, de la mayoría de la pintura llamada moderna, resultó infravalorada y, por lo mismo, sus beneficios reales quedaron ocultos para la mayor parte de la sociedad.
Un gran sector de la crítica y de los historiadores más recientes, como es natural, han ido deshaciéndose de estos prejuicios, en especial al constatar el hecho objetivo de las prácticamente unánimes relaciones de los artistas modernos más importantes con temas, filosofías y maestros espirituales de las características descritas, tal como se puede ver a través de los documentos y de las obras que figuran en la gran exposición mencionada. Los viejos intelectuales, más o menos de izquierda, algunos de los cuales llegaron a pensar que las “rarezas” del arte moderno ignoraban la vida y lo hacían demasiado esotérico, o los que se mofaban de que el arte se hiciera demasiado trascendental o se volviese demasiado metafísico, se encuentran ahora con la sorpresa de que todos los que están considerados como los mejores artistas del siglo XX, del primero al último, son justamente los que de modo más profundo se han interesado por estos problemas de nuestra existencia, coincidiendo con enseñanzas precisas de los maestros de espiritualidad que frecuentaban o leían con fruición. Tal es el caso -comenzando por citar los más abstractos- de Kandinsky, Mondrian, Malevitch, Klee, Schwitters, Arp, de Pollock, Rothko, Tobey, etc. Y no digamos ya, está claro, de los que tienen ese sentido simbólico mucho más evidente, como Van Gogh, Gauguin, Munch, nuestro propio Picasso, Marcel Duchamp … o de tantos y tantos otros más recientes. Ello ciñéndonos nada más que a la exposición citada, puesto que no sólo podríamos añadir más nombres de Europa y América – pensemos en Ernst, Miró, Motherwell, Lam, etc.– , sino que si introducirnos aquí también las fuentes espirituales del arte oriental que han gravitado sobre estos artistas – de la pintura china al arte zen japonés, del tantrismo hindú a las tankas tibetanas, etc.– podríamos rellenar todo un volumen de otros nombres.
Este cambio de enfoque que se está operando en la crítica y la historiografía del arte moderno ha sido sumamente positivo. Aunque, como se puede suponer, todavía provoca muchísimas resistencias procedentes de prejuicios religiosos, ideológicos, políticos, comerciales … que son contrarios a la difusión de los verdaderos contenidos del arte moderno. Por eso no es nada extraño que algunos piensen que, a pesar de lo mucho que se ha habla do, casi toda la historia del arte moderno tiene que rehacerse y sobre todo divulgarse. Gran parte del público, efectivamente, siente una fuerte atracción difusa por el arte moderno, y quizás se ha aprendido de memoria algunos nombres de artistas y hasta conoce unos cuantos aspectos anecdóticos. Una minoría los colecciona con devoción y además invierte dinero en ello. Pera no hay duda de que aún son muy pocos los que gozan de verdad de los auténticos beneficios que puede aportar la comunión con los contenidos del arte moderno. Es decir, se ignora todavía la gran función cognitiva y e ́tica que el arte moderno podría desempeñar más a fondo, si fuera bien explicado, en la sociedad de este fin de siglo tan trastocado que vivimos.
Porque eso también tenemos que recordarlo siempre: la comunión con las obras de arte, del tiempo que sea, no se da nunca automáticamente. Si se quiere que tenga una auténtica utilidad social hay que prepararla, enseñarla, fomentarla …[9]. Por suerte, exposiciones y textos como los mencionados empiezan a aclarar mucho las cosas. Pero las instituciones de gobierno, los educadores, los medios de comunicación … aún deben tomar más conciencia de la importancia real de los contenidos del arte moderno. Hay que conseguir, sobre todo, reflejarlos en los planes de enseñanza escolar, desde los más elementales, para que la juventud se enriquezca realmente y, en especial, para que desarrolle su sentido crítico y aprenda a discernir los auténticos valores de los falsos. De no ser así, todo esfuerzo resultaría estéril y seguiríamos devorados por tantos engaños de las llamadas industrias culturales de provecho.
La adaptación a nuestros tiempos
Las circunstancias históricas, sociales y culturales de los primeros vanguardistas, como se puede suponer, no son las mismas con las que contamos hoy. En primer lugar, recordemos que, en la actualidad, ni el arte moderno se reduce a la pintura abstracta, ni quizás entendemos la espiritualidad exactamente como aquellos artistas pioneros. La importancia de Kandinsky, pongamos por caso, es debida ciertamente a una interesante inmersión en el mundo de la espiritualidad. Pero imaginar su pintura y su libro Lo espiritual en el arte sólo como un producto de lectura de los escritos de teosofía y antropología de Helena Blavatsky y de Rudolf Steiner, en el sentido que se le suele atribuir, probablemente haría sonreír hoy a muchos. Lo mismo podríamos decir acerca de las influencias que la obra Los grandes iniciados, de Shuré, se supone que tuvo en Mondrian; o bien las de orientalistas como Ouspensky o Gurdjieff sobre otros numerosos artistas, los cuales no contaban aún con el más fácil acceso que hoy tenemos a los textos del hinduismo, del taoísmo o del budismo. Y está claro que conocían mucho menos los grandes paralelismos que la propia ciencia de Occidente ha acabado por reconocer entre muchos de sus propios temas de estudio y los de la antigua espiritualidad de Oriente.
Ahora todo es bastante distinto. A medida que nos acercamos a nuestros días, no se puede olvidar que la idea de “espíritu” se ha vuelto menos “espiritual”. Como alguien ha dicho, más que de salvar almas, ahora se trata de salvar hombres. Recordemos que los propios dioses, según anuncia Jung, están dejando el Olimpo para transformarse en conceptos filosóficos (y de cara a la praxis, podríamos añadir)[10]. Por otro lado, sabemos suficientemente que las experiencias espirituales o místicas, al igual que los mismos sentimientos religiosos, no son una exclusiva de las confesiones religiosas institucionalizadas. Y, más que nada, sabemos que esas experiencias y sentimientos religiosos hoy nos “vuelven a vincular” más con un modelo de mundo basado en las nuevas teorías de la autoorganización del universo, en el humanismo evolucionista, la ecología, la nueva sensibilidad holística, o la profundidad del vedanta y el zen, que con gran parte de aquello en que se fundaba el modelo de mundo de la llamada “civilización occidental” clásica. No obstante, a pesar de todos los posibles cambios, es indudable que las actitudes, los “motivos espirituales” de los pioneros del arte moderno, abrieron un nuevo camino, y que hoy, convenientemente puestos al día y, sobre todo, pasados por el filtro crítico de la ciencia, siguen siendo los mismos “motivos” que todavía inspiran el trabajo de artistas más recientes, movidos asimismo por el afán de conocer y de hacer un mundo más justo.
Siempre habrá muchas formas de enfocar el arte, y en nuestros tiempos nadie puede creer que existan normas celestiales que nos dicten cómo ha de ser. En las democracias esto es un principio esencial. Cualquiera puede pintar o esculpir como quiera. Pero también es esencial que después vengan la crítica y los historiadores para añadir calificativos: este tipo de arte nos da una visión ingenua de la realidad, este otro resulta populachero, eso es caricatura, eso es arte político, eso es intrascendente, eso es decorativista, etc. Y, de todas las tendencias y nombres que han desfilado en los últimos cien años, tampoco hay duda de que, a la luz de una crítica rigurosa y visto ya desde cierta perspectiva histórica, precisa mente los nombres que se han interesado por los asuntos metafísico-ontológicos y de espiritualidad antes aludidos, son los que hoy se valoran más y los que realmente han hecho el arte del siglo XX.
De todos modos, sería injusto acabar estas reflexiones sin poner de manifiesto, una vez más, el hecho que finalmente parece más curioso de esta historia, ¿o acaso el más natural? Obsérvese que los nombres de los mejores artistas enumerados como exponentes de la gran corriente intensamente preocupada por los temas espirituales son casi los mismos, nombre a nombre, que también escogieron los críticos “formalistas” denunciados por el historiador Tuchman, según hemos dicho antes. ¿Cómo explicarlo? ¿Se trata del viejo conflicto entre belleza y expresión, o entre forma y contenido? La nueva historia del arte quizá demostrará, es cierto, que lo que realmente interesa con más intensidad a los grandes artistas es estimular en nosotros la vivencia espiritual del verdadero conocimiento, que a su vez, como es sabido, es la del verdadero amor, con todas las inmensas consecuencias que ello puede acarrear. Y quién sabe si la idea de estética, y hasta de belleza, se pueda descubrir después, como una suerte de premio no buscado por los artistas, pero que, váyase a saber por medio de qué musas, se acostumbra a otorgar a los más grandes. Como decía el escritor japonés Soseki, el artista descubre el brillo de la luz “en lugares donde el común de los mortales no se atreve a acercarse. A eso se le llama normalmente embellecer, pero no se trata de embellecer. El brillo de la luz existe desde siempre …”. Por causa de nuestra ceguera, pongamos por ejemplo, hasta que el artista inglés Turner pintó locomotoras, a nadie se le había ocurrido que una locomotora podía ser bella, y hasta que Okyo pintó fantasmas, no se conocía la belleza de los fantasmas[11].
La cuestión estriba en que, como tantas veces se ha discutido, una cosa son las buenas intenciones espirituales o morales, y otra que, además, se posea el conjunto de cualidades o de “dones artísticos” que caracterizan a determinadas personalidades, lo cual, al fin y al cabo, hace que el arte sea verdaderamente arte, con todos los enigmáticos mecanismos, recursos, métodos, aventuras y sorpresas que le son propios, pero donde el mundo “espiritual”, como hemos visto, no deja nunca de ser su fundamento imprescindible e inseparable.
Notas
[1]Véase M. Talbot en Mysticism and the New Physics. Existe traducción castellana en Barcelona 1986.
[2]J. Huxley, Religion without Revelation. Existe traducción castellana en Buenos Aires 1967.
[3]M. Cazenave, La science et l’ame du monde, París 1983.
[4]El tema de las relaciones entre la ciencia y las experiencias espirituales ha sido estudiado siempre, pero recientemente ha tornado un gran impulso sobre todo en relación con la espiritualidad de Extremo Oriente y de algunos países del tercer mundo. Son muchísimos los autores que habría que citar en este terreno, y últimamente dicho asunto ha sido objeto de interesantes coloquios internacionales entre numerosas personalidades de ambos campos. Como he apuntado en la “Introducción” de este volumen, son un ejemplo los presentados en Córdoba y Tzukuba por encargo de France Culture. Han sido publicados con los títulos Science et Conscience (Stock-France Culture, París 1980) y Science et Conscience (Albin Michel-France Culture, París 1986). También el que, bajo el título de L’Esprit et la science, tuvo lugar en Fez. Lo publicó Albin Michel, París 1983. O el que, organizado por la Unesco, se celebró en Venecia el año 1986 y, con el título La ciència i les fronteres del coneixement, ha sido publicado en catalán por el Centro Unesco de Catalunya y La Magrana, Barcelona 1987.
[5]M.-L. Von Franz, Nombre et Temps, psychologie des profondeurs et physique moderne, Traducción francesa en París 1983.
[6]W.W. Harman, “Inconscient et Conscient”, una de las ponencias presentadas en el Coloquio de Fez, op. cit.
[7]Sobre este tema, véase A. Jaffé, Le symbolisme dans les arts plastiques, uno de los capítulos del libro de C.G. Jung, L’homme et ses symboles, París 1964.
[8]M. Tuchman y otros, The Spiritual in Art: Abstract Painting 1890-1985, Los Angeles County Museum of Art y Nueva York 1986.
[9]Véase M. Schapiro, Modern Art: 19th and 20th Centuries: Selected Papers, Nueva York 1978.
[10]C.G. Jung y otros, op. cit.
[11]N. Soseki, Oreiller d’herbes, París 1987.
English abstract
This article presents a reflection by Antoni Tàpies on the important changes that our culture has undergone in recent times and their repercussions on art. It starts with the avant-gardes in order to understand their evolution in the second half of the twentieth century, paying particular attention to the different ways in which spirituality is resolved in different artistic forms: symbolism, psychology, orientalism.
keywords | Tàpies; art; spirituality; reflection; mysticism; Modern Art.
Per citare questo articolo / To cite this article: A.Tàpies, Art i espiritualitat (1988) | CAT | ES | ENG, “La Rivista di Engramma” n. 212, maggio 2024, pp. 15-34 | PDF